07 junio 2013

Poesía en la cotidiano

I.
¿Cómo acomodar el quehacer poético en nuestra vida cotidiana si estamos repletos de obligaciones que poco tienen que ver con la poesía? Hacer la compra, sacar al perro, llegar a casa, limpiarla, lavar la ropa, trabajar, estudiar, cocinar (sobre todo si es una tarea de la que depende el bienestar de un hogar, lo cual le va quitando poco a poco su aspecto creativo), liquidar deudas, pasar tiempo con la familia, con los hijos, con la pareja, pagar impuestos, mantener en orden la administración personal, todas ellas son tareas que pueden consumir nuestros días al grado de envolvernos en ese terrible vértigo que tan ligado está con la mala salud o con ciertas enfermedades como la obesidad, el estrés, la depresión, la diabetes o, simplemente, con la sensación de vacío que muy fácil se adueña de nuestra parte inconsciente contaminando nuestros actos y pensamientos.

Mucho se culpa a los poetas de que por ellos y su obra complicada y hermética (o dicho de otro modo, por ese impulso derivado de las viejas vanguardias del siglo anterior) el público en general se ha estado alejando de los libros de poesía. En lo personal siento que esa forma de escribir poemas, una de tantas que son publicadas por revistas o editoriales, no alcanza a ser tan poderosa como para lograr que la gente se aleje ya que tampoco es que se le publique mucho, de hecho, podemos elegir una librería al azar y encontrar en su sección de poesía una contrastante mezcla de autores reconocidos y "fáciles de leer" junto con ediciones kitsch de poesía amorosa y libros post-vanguardias (muchas veces fallidos), lo mismo escritos por poetas prestigiados que por poetas emergentes.

Es decir, en la actualidad la oferta poética sigue gozando de buena salud, no de buena difusión pero sí se nos ofrece diversidad cuando nos la encontramos en ferias de libros, librerías, festivales, a diferencia del lector que es el que ha venido estropeando su salud ya que, dicho llanamente, se ha desvinculado de su vida interior, del placer de lo pausado, y se ha apegado en cambio a la sobreestimulación, al fervor tecnológico, al pensamiento industrializador, al poco-qué-decir-pero-mucho-con-qué-decirlo.

Este vértigo moderno es el que me parece nos lleva a ni siquiera generar la cosquilla necesaria para asomarnos a un poema, fenómeno que ocurre por igual con otras áreas que también implican quietud: la contemplación, la meditación, la oración, los paseos, la escritura a mano, la apreciación de la música, el beso con demora (¿no es verdad que ya pocos se besan con pausa, encontrándose con el otro de a poquito, como si nuestro único propósito en la vida fuera sentir la amplitud de nuestra propia presencia a través de estar sintiendo la del otro?).

Ni siquiera el hombre del campo puede considerársele como un hombre de quietud, ciertamente no tendrá el estrés de las urbes pero no deja de tener el estrés del trabajo, el de la escasez de recursos, el de las condiciones laborales injustas, el de la insatisfacción personal.

II.
En estos escenarios es complicado que la poesía se inserte como cosa común y más si seguimos asociando al acto poético con todo aquello con lo que hoy está asociado, para qué enlistarlo, a veces pareciera que la poesía está secuestrada por el sistema educativo, por la academia, por los mismos escritores que, en vez de ejercer su libertad consciente a través de ella, generalmente se muestran amargados y pesimistas con toda aquella poesía fuera del establishment, incluyendo la que habita inocentemente fuera del libro, fuera del canon, fuera del poema.

La poesía no le pertenece a las editoriales ni a las librerías ni al sector literario.
La poesía no sólo está en los clásicos.
La poesía no nada más está en la creación y en la lectura de poemas.
Pero tampoco la poesía está nada más en la calle ni en el habla cotidiana ni en lo multidisciplinario, el cual sigue siendo un discurso recurrente en la actualidad y que a veces da la impresión de ser una simple y absurda estrategia mercadotécnica para "acercar lo poético a las masas", terrible error ya que a la poesía se le acerca uno desde cierta inquietud metafísica, difícilmente funciona si se nos vende. Quien está destinado a llegar a ella (un llamado parecido al de los místicos, sin duda) lo hace sin estrategias de este tipo.

Entonces ¿qué hacer para que la poesía no nos resulte extranjera?

Hay que apelar, me parece, a una de sus cualidades: el ritmo.

III.
Del mismo modo que una persona en algún momento de su estrés cotidiano busca un extrañamiento, un momento de equilibrio o, dicho de otro modo, un "relax" a través de comer un chocolate, tomar una infusión o ir a un spa, el ser humano contemporáneo requiere de otorgarse a sí mismo espacios en los cuales aquietar su pensamiento, su caótico y muy condicionado pensamiento.

El punto es que no sólo habría que buscar por necesidad momentos aleatorios de relajación sino que habría que crear una estructura con la cual sistemáticamente tuviéramos momentos de quietud con la misma constancia con la que somos productivos o nos bañamos o escuchamos noticias. Es ahí donde la poesía puede volver a nosotros como esa cosa cercana y cálida que siempre fue: una fuente viva de conocimiento, un espacio para estar presentes.

Poesía terapéutica. Poesía redentora. Poesía religiosa que nos re-ligue, que nos conecte con nuestro mundo interior sin dogmatizarnos.

En ese sentido, no sólo los poemas servirían para ello y mucho menos los poetas servirían de guías (acaso uno de los grupos sociales donde mayor vanidad y autoengrandecimiento hay). En cualquier otro arte también está la poesía, en el paisaje o en la manera de mirar de los niños, cuando encontramos una imagen extraordinaria debajo de la mesa, pasando frente a nosotros o en nuestra memoria.

La poesía no tiene fronteras. ¿Cómo podría tenerlas? ¿No sería eso como decir que se puede encapsular una porción de cielo?

Todo es cuestión de acondicionar la mirada, de reeducarla, de regresarla a ese viejo estado de inocencia infantil pero ya no soportada en una experiencia pueril sino en una visión adulta o, como dijera Bocheński, la madurez agraciada.

El acto poético se da cada que un estímulo nos lleva a abandonar la inmediatez y nos hace estar presentes, por todos lados presentes, sintiéndonos unidad, extendiendo esa unidad con el otro, con lo otro. De ahí que la amorosa sea la poesía más socorrida: no hay estímulo más letal para sentir la plenitud de la existencia que amar a alguien.

Hacer de la poesía una diaria costumbre es lo mismo que tener una dieta balanceada rica en sabor y nutrientes: una alimenta y desintoxica el organismo, la otra mantiene sano el pensamiento. Ambas aumentan la felicidad.


Hay días que desean por encima de todo
Dejar que interrumpamos un momento
Nuestra perpetua vigilancia
Nuestra marcha apretando las mandíbulas
Nuestra mirada inquieta con los puños cerrados
La recelosa sístole de nuestro corazón

Ponen para cubrirnos sobre el cielo
Un toldo delicado de adelgazadas nubes
Nos rodean de un aire desenvuelto y afable
Con un ligero aroma a caminos lejanos
Dejan que el mundo enseñe
Sus grandes manchas bellas
Acolchan levemente los sonidos contusos
Alejan el fangal de los deberes
Les tapan a las deudas sus vergüenzas
Y esperan sonriendo dulcemente
Que aceptemos la vida.

TOMÁS SEGOVIA

*La pintura es de Antonio López García, pintor y escultor español nacido en 1936, nueve años después que Tomás.

1 comentario:

  1. saludos...mucho tiempo sin pasar por aquí....que gusto ver que sigues activo....

    :)

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